No somos pájaros

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Martina no podrá viajar esta Semana Santa a Ibiza. Sus preciosos ojos azules no mirarán con emoción el mar, no recorrerán sus murallas desdentadas, ni asegurarán ver sirenas mientras viaja en la barquita de Talamanca. Martina no jugará con RAE a lanzarle palos imaginarios ni pintará piedras de colores para sujetar dibujos en su habitación.

Martina no podrá ir de la mano de su madre y de su tía por el Mercadillo de las Dalias, pedir “gambitas” en los restaurantes del Puerto de Sant Miquel, ni ir de paseo por las tardes por las empedradas calles de Dalt Vila, porque solo su vuelo desde Madrid costaría cerca de 300 euros y sus tres años de vida no le han permitido ahorrar esa cantidad hasta la fecha.

Mi hermana pasará unas Pascuas más en Aranda porque las cuentas no le salen. Se quedará en un lugar donde las torrijas, la limonada y las procesiones templan un frío que en estas fechas se te mete hasta el alma, para instarte al recogimiento de las procesiones y donde cada año un niño, como sarcástica alegoría de nuestra realidad, desciende desde las alturas de la Iglesia de Santa María.

Lo cierto es que una familia de la Península que contemple venir a disfrutar de unos días a las islas mágicas, mucho mejores que las islas afortunadas en atractivos aunque no en oferta, tendría que gastar más de un sueldo medio solamente en transporte. Hagan la suma: dos adultos y dos niños menores de seis años a 280 euros el vuelo, saldrían a 1.120 euros sin contar alojamiento, alquiler de vehículo y gastos varios. Ni siquiera en el mejor programa de “1,2,3” se libraría del “Antichollo”. ¿Quién en su sano juicio pagaría ese montante solo para tres o cuatro días a pesar de que tuviese casa aquí? He hecho todas las combinaciones posibles: podemos comer y cenar cada día en casa, intentar hacer planes sin gastar mucho, pero las horas de los vuelos son, además de abusivas, imposibles, y les obligarían a desplazarse el jueves por la tarde y a regresar el domingo a mediodía. El cómputo de horas disfrutadas sería así de 64 y sabiendo lo que cuestan seguramente se les atragantarían.

Les voy a ser sincera: me siento impotente, estoy enfadada y por mucho que me digan que estamos en un libre mercado, que el capitalismo es así y que es la ley de la oferta y de la demanda, necesito denunciar algo que ni debemos ver como normal ni es justo.

Una vez más, a pesar de que todos nos llenamos la boca con parrafadas sobre la desestacionalización, la necesidad de que venga más gente a las islas para premiar a los valientes que abren todo el año y que apuestan por unas Pitiusas vivas al menos nueve meses al año, auguro que esta quimera no podrá ser ni siquiera un sueño hasta que no se resuelva algo tan esencial como la viabilidad de que puedan hacerlo. Yo no sé si hay una fórmula mágica para exigir a las compañías que se lucran con el destino estrella de Europa durante el verano, para que se pongan las pilas e inviertan en un incremento de las frecuencias el resto del año, pero algo tendremos que hacer para que nuestros turistas patrios puedan venir a vernos tan a menudo como deseen. Aquí no tenemos la suerte de llenar el coche hasta los topes e irnos al pueblo y eso debe compensarse con algo más que un descuento en un producto de lujo como es un vuelo. Porque no nos engañemos, en el caso contrario nos pasa lo mismo. Si Mahoma no va a la montaña, y ya que tengo nombre de cumbre catalana, he cotejado viajar a la cuna de la Ribera para no perderme las sonrisas de mis sobrinos, pero a la inversa, las cifras, por mucho 50 por ciento de rebaja que tengamos, no varían demasiado: 164 “lereles” por persona.

No sé si recuerdan lo que pagaron para visitar a sus familias las pasadas Navidades, pero yo he llegado a tener que pagar casi 400 euros por un solo trayecto para volar una Nochebuena, ya que tuve que trabajar ese mismo día. El día que nació Martina mi cuñado me avisó de madrugada y me compré el primer vuelo de la mañana. Pagué 290 euros por ver en directo su primera mirada y beberme su primer llanto. La razón merecía la pena y todo el dinero del mundo, pero cuando en vez de vidas que vienen tenemos que desplazarnos porque alguien a quien amamos se va, la bofetada es doble.

No podré ver a Martina esta semana, ni contagiarme de su sonrisa santa y azul estos días festivos, pero les insto a que evitemos que continúe este desatino. No somos pájaros pero deberíamos poder volar. Os quiero mucho Rodrigo, Hugo, Carlota y Martina. Nos vemos pronto, chatitos.

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