A estas horas

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Si hay algo mágico en el trabajo que se gesta en radios pequeñas es la posibilidad de hacer un periodismo realmente libre.

En los lugares pequeños, donde te ves obligado a llenar horas de programación con pocos mimbres, tienes la gran responsabilidad de divulgar lo que relatas en primera persona y sin filtros. Las entrevistas en directo, tejidas con encaje de bolillos sobre el telar de Google, en muy pocas ocasiones se supervisan y son tu ética, profesionalidad y valía las que entran en juego, independientemente del partido al que voten los jefes supremos de Madrid o Barcelona a quienes, por cierto, lo que digan los locutores de “pueblo” o de “provincias” les importa muy poco. Los directores de lugares como Ibiza bastante tienen con cuadrar las cuentas y unas cajas cada día más maltrechas.

El último programa que dirigí se llamaba “A estas horas”. Comenzaba a las 8,00 y repasaba la actualidad diaria hasta las 9,30 horas. Durante más de una hora mi compañera Cristina Ruiz y yo sentábamos el pulso a la actualidad. Fue en ese espacio donde se nos permitió a ambas hacer lo mejor que sabíamos nuestro trabajo. Puedo contar con los dedos de las manos las veces en las que me dieron instrucciones dispares a mi ética deontológica a la hora de abordar un tema. 

La primera vez que ejercí esta noble profesión lo hice como becaria en Onda Cero Aranda. Me enamoré tanto de la emoción de sentarme ante un micrófono para ser escuchada, que me quedé pegada sin remedio a ese sentimiento del que me hice adicta. Es cierto que también he trabajado en televisión, agencias de prensa, revistas y periódicos, pero la musa de mis días y de mis noches siempre fue esa caja mágica capaz de lograr que la gente conecte con tu voz sin juzgar ninguna otra cosa. Hoy, incluso separada por mi nueva vocación, la de comunicar el valor de empresas e instituciones desde mi agencia de prensa y marketing, Imam Comunicación, sigo colaborando con varias emisoras, para saciar mi “mono” de radio. 

De aquella primera experiencia en la que me inventé incluso los horóscopos, buscando contentar a mi madre cuando se levantaba con el pie izquierdo, pasé a formarme en Radio Nacional de España. Mi primer contrato formal fue en Cadena Ser Aranda, para continuar en Ser Castilla y León y en Cope Burgos. De la ciudad de la nieve pasé a la isla de la sal, a la que me destinaron, y en la que un año después me ofrecieron dirigir los informativos de Exit Punto Radio. Diez años duró aquella relación de mañana que me obligó de los 20 a los 30 años a levantarme cada día a las 6,30 horas para dar las noticias, a intentar no trasnochar nunca para no quedarme afónica y a escribir a una velocidad supersónica para llegar a todo. Cuando me preguntan si noté mucho la línea editorial de aquellas 5 emisoras la respuesta es siempre “no”.

Si hoy recuerdo aquella década prodigiosa es porque parece tan lejana que, como con los dolores tan grandes que se difuminan hasta hacernos dudar de su existencia, tengo la sensación de que se agota su tiempo.

Hoy la radio como la conocimos, como nos despertó, como la sentimos y amamos, se ahoga sin remedio entre profesionales que bracean para intentar que siga viva. Los que todavía siguen a flote mantienen la postura romántica y digna del hidalgo del Lazarillo de Tormes. Los he visto en FITUR, con esa mirada brillante de quien busca la noticia, y los siento al despertarse cada mañana temprano o al llamarme en busca de un corte de voz o de una entrevista honesta. Les han quitado, en muchos casos, incluso los contratos para pagarles menos, y hoy ejercen como autónomos por noticias al peso. Les han reducido los sueldos e incrementado las horas, y aun así permanecen con la vocación intacta. Les han ahorcado las ilusiones y apagado hasta hacerles sentir frío e, incluso, les han llevado a seguir el pulso de la noticia a otra parte; a otro medio. Yo estuve allí y también sentí el final apretándome el pecho. 

Nuestro amor por la radio, ese que fue el primero y que nunca se olvida, sigue aquí latente. Siento mucho haber renunciado a él, aunque también reconozco que hoy soy feliz con mi nueva forma de comunicar. Eso sí, muchas mañanas, cuando me despierto de madrugada sin saber por qué, respondo al teléfono impostando la voz o leo despacio una noticia para ver si su contenido es correcto, evoco aquellas “peceras” en las que daba vueltas por una razón: llegar cada día a las casas de miles de personas dispuesta a acompañarles, a entretenerles, a educarles y a informarles para hacer, simplemente, periodismo.

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