Confieso que la gente que está en contra de todo me da muchísima pereza.
Me refiero a aquellos que sienten la necesidad de demostrar su pureza, su intelectualidad o, todo lo contrario, denostando lo que “no es de toda la vida” o consideran frívolo.
Se manifiestan en contra de nuevas palabras, de fiestas, de cumpleaños, de celebraciones, de las muestras de cariño, de las modas, de lo nuevo… en esencia, de todo lo que da calor y chispa a la vida.
Algunos de los miembros de esta “tribu” viven en dos dimensiones, la física y ese nuevo universo oscuro, amparados bajo pseudónimos en la red desde los que insultan sin control, escondidos, mostrando sus vergüenzas, sus frustraciones y su odio en general. Ofenden a quienes no piensan como ellos, humillan a los que se dejan llevar, a los que sonríen a este “mundo de mierda” y a los que luchan por rozar sus sueños. Para ellos, quienes confiamos en un futuro mejor, creemos en la raza humana y aprovechamos cualquier razón para juntarnos con nuestros semejantes, somos unos ilusos que exhibimos sin pudor nuestra ignorancia. Cuando los escucho hablar, o tengo la mala suerte de leerlos, suelo desconectar para no contagiarme de su rechazo a la luz y evitar caer como ellos en su oscuridad. Me cuesta concebir que alguien pierda su valioso tiempo intentando ofender a los que no piensan como ellos, pero tal vez su concepto del valor o de la inversión de esos minutos en cosas más prácticas sea tan dispar al mío como esa opinión. Algunas veces son creativos y originales en su búsqueda del descrédito ajeno, aunque sería mejor que invirtiesen ese esfuerzo en acciones más fructíferas. Personalmente me han calificado de “buenista”, de “demagoga” y de “farisea”, desde esta “atalaya” desde la que les escribo. Han puesto en duda mi titulación, me han acusado de tener intereses oscuros en mis escritos e, incluso, de tener una flota de hoteles para justificar mi rechazo a los pisos turísticos. Es enternecedor ver cómo alguien busca desacreditarte como periodista, poniendo en tela de juicio tus métodos a la hora de contrastar la información, con este tipo de afirmaciones. Aunque tal vez ese abuelo que desapareció hace 60 años en mi familia todavía viva y yo sea la heredera de su gran imperio en Venezuela… si tienen datos sobre esto les ruego que me los hagan llegar.
Ironías aparte, en estos casos cualquier respuesta coherente es baldía; ni ellos la escucharán ni tu esfuerzo merecerá la pena. Por eso, en estas fechas Navideñas en las que “los que están en contra de todo” están especialmente irritados con el clima de paz y concordia que los ilusos nos empeñamos en inocularles, me dirijo a ellos en estas líneas, en plan carta de amor a lo “Pablo Iglesias y Errejón”.
Amigos, compañeros, camaradas, colegas, semejantes y homólogos, la vida no es blanca o negra. Tiene matices, colores, aromas, excepciones y esperanza, sobre todo esperanza. Ni todo está perdido porque Papá Noel arrecie con más fuerza cada Navidad relegando a los Reyes Magos a un segundo puesto, ni pasa nada por disfrutar de unos días en los que la decoración barroca, los buenos propósitos y las cenas en familia difuminen lo que en realidad se celebra y con los que pocos concuerdan.
Si no os gustan las luces, los disfraces, no os cae bien vuestro cuñado, odiáis los cócteles de marisco y hacer regalos os parece una tortura, no pasa nada, podéis ser honestos sin ser molestos. No comulgar no significa dar “hostias” a quien sí lo hace.
Los que no estamos en contra de todo, quienes abrazamos nuevas razones para disfrutar un poco más de este valle en el que hay más sonrisas que lágrimas, no os pedimos que os adhiráis a nuestra corriente de pensamiento, sino que mostréis el mismo respeto que os tenemos nosotros. No simplifiquéis nuestra filosofía ni os quedéis con la cáscara de nuestros axiomas, los más optimistas lo somos porque sabemos cómo se respira bajo tierra y hemos decido no volver allí abajo. Os aseguro que ser inteligente no es sinónimo de ser infeliz, y que se puede hacer el tonto sin necesidad de serlo.
Vamos amigos, estos son días de concordia, de buenos propósitos y de razones, sobre todo de razones, para disfrutar juntos de este viaje en el que nos hemos embarcado. Ya sé que no me escogisteis como compañera de vagón, pero si confiáis en mí prometo hacerlo más ameno. Todos podemos escoger con libertad la receta con la que cocinar los ingredientes que tenemos para hacer de esta una vida más deliciosa. Hagáis lo que hagáis, y penséis lo que penséis de este artículo, yo os deseo Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.
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