Septiembre

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Septiembre huele a forro de libros, a material escolar, a extrañas colecciones por fascículos, a uvas y a rocío sobre hojas secas. Toda mi vida septiembre se reducía a la época de la vendimia, de la vuelta al cole, a la rutina y a los días cortos y las noches largas.

Septiembre sabía también a las fiestas de mi pueblo; a churros, vino, charangas, conciertos y aventuras, para convertirse durante nueve días en una de las épocas más felices del año. Septiembre era también el título de una canción de “Los Enemigos”, una banda sonora que reflexionaba sobre la caída de los sueños, usando como alegoría este mes en el ecuador de una vida. Sus versos descomponían la imagen de quien iba a ser “un gran tío, todo un ganador” reflejada en un espejo roto que le devolvía un rostro yermo, sin vocación, sin ganas de luchar por el pan, y al que le atería el frío aunque todavía hiciese fuera calor. La letra de esta canción para muchos se reducía a un estribillo en el que su intérprete anunciaba que no pensaba vendimiar, aunque su esencia se traducía en su inacción por hacer realmente algo. El letargo de quien se retira a dormir aunque todavía es tiempo de seguir cosechando.

Hoy, en mi pueblo, aquel lugar que antes era tan mío y ahora se me antoja tan lejano, septiembre es, además, el mes en el que se responden los emails preguntando qué tal las vacaciones, luciendo moreno de pueblo o playa y contando batallitas en las que predomina la depresión postveraniega. Los parias que nos marchamos de nuestro hogar y para los que según los de allí somos ya unos extraños olvidados y para los de aquí no dejaremos de ser nunca forasteros, sentimos añoranza de aquel mes que significaba el final de veranos eternos que hoy, en Ibiza, pasan demasiado rápido.

Mientras, aquí, en la isla donde las canciones suenan diferentes, para el resto del mundo los que residimos en este pedazo de tierra fértil estamos todo el día de fiesta y se sorprenden cuando respondemos a ese correo electrónico que no hemos tenido descanso durante el verano, ni tregua.

Aquí septiembre significa la cordura, la desmasificación, las carreteras que ya no dan miedo, las playas en las que se puede nadar e incluso caminar, y el mes en el que olemos de lejos los días de asueto que ya han disfrutado en el resto de provincias y pueblos.

Mientras los informativos nos devolvían imágenes de capitales vacías, nuestra isla se hundía por el peso de la temporada en la que más visitantes hemos recibido de la última década, reflejados en los mejores datos de ocupación de empleo desde 2007.

Septiembre es un cóctel peligroso en el que podemos comenzar a coleccionar soldaditos de plomo, extraños coches antiguos, cuentos de otra época, reproducciones de radios antiguas o libros sobre la mitología griega, mientras nos cogemos algún día libre para disfrutar de las calas y de los restaurantes en los que otros han vivido veranos mágicos gracias al trabajo de quienes los han hecho posibles. Hace diez años que no regreso a beberme aquellas fiestas de Aranda en las que veía amanecer cosida a decenas de sueños, en las que no recojo un racimo de uvas con la promesa de que se conviertan en una cosecha excelente y en los que no hago ninguna colección de fascículos extraños porque el kiosco de mi madre me pilla demasiado lejos para terminarla. Bienvenido septiembre, aquí todavía nos queda mucho verano y poca gente que conozca una canción tan triste y ausente de metas. En esta isla todavía nos quedan muchas razones para querer seguir vendimiando.

 

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