Los insultos más “originales” que me han dedicado en los últimos años han sido “buenista” y “farisea”. Lo cierto es que ambos me sorprendieron más que ofendieron, ya que en estas lides de los agravios no daña quien quiere sino quien puede.
“Buenista”, palabra que, como “museización” o “desestacionalización”, no está recogida por la RAE, fue un término que me acuñó un lector a tenor un artículo como este, cuyo mensaje, aviso a navegantes, era muy similar al que hoy les traigo; va encauzado a instarles a que sean mejores personas y más generosos. Quien me tildó de “farisea”, por su parte, portaba una nariz mucho más judaica que la mía y de hecho cumplía otro de los preceptos de su significado, ya que era un hombre alto y seco, aunque no me atrevería a aseverar que “de mala catadura”, como describe nuestro diccionario. Eso de discernir entre “buenos” y “malos” me parece muy simplista y propio de una película mala del Oeste, por lo que supongo que quiso llamarme simplemente hipócrita pero que intentó ser original y la verdad es que lo logró, convirtiendo aquel descalificativo en una simple anécdota.
Recientemente me acusaron también de “escribir para las élites”, arguyendo que los conceptos “artículo de opinión” y “metáfora” estaban fuera del entendimiento de quien no ha estudiado, cito literalmente, “carrera y dos másteres”, cuando llevo haciendo uso de ambos desde el colegio, donde gané varios premios de poesía con menos de diez años. Ya lo ven, ahora resulta que el gusto por la literatura lleva intrínseca la formación académica; que se lo digan a Miguel Hernández, una de las mayores voces de nuestros versos y teatro patrios, quien se crio como un voraz pastor alimentado por las obras de la biblioteca pública de su pueblo. Conozco, por cierto, a más sabios autodidactas que a titulados, y mi progenitora, la que se ha tragado todo lo que he escrito desde los 6 años, nunca ha puesto en tela de juicio mi estilo. En esencia, un periodista informa, entretiene y educa, tres funciones que deben ir de la mano, y si se me cuela una palabra o dos “pedantes” o “rebuscadas”, en esta tribuna, permítanme que se las regale, como yo me apodero de todas las nuevas acepciones que encuentro.
Les decía que en este artículo es probable que vuelvan a llamarme alguna de estas tres cosas porque, ahora que me releo, veo que ya he metido un par de palabras “cultas” y como pretendo revolverles por dentro, es más que plausible que aquel lector vuelva a escribir el mismo comentario en el que me calificará de “buenista”. En fin, lo siento, dejen entonces de leer aquí porque les voy a pedir de nuevo que aporten un poco a estas vidas de las que todos chupamos demasiado y a las que contribuimos menos de lo que debiéramos. ¿Soy una “farisea” por aparentar una ética recta y comportarme luego con menor catadura moral? Les aseguro que habitan en mí muchos defectos pero que, precisamente, valores no me faltan, y es que mi santa madre me los inoculó a cambio de tragarse mis ripios infantiles y artículos de opinión como este.
Hay un joven, un chico que se ha marchado dejándonos un mensaje. Pablo Ráez ha lidiado hasta la muerte con una enfermedad; el cáncer, el bicho “cabrón” que todo lo mueve y remueve. Ha despertado conciencias, ha logrado un hito en nuestro país, que se incrementen las donaciones de médula en un 80 por ciento y se logre que 200 personas al día se comprometan a someterse a una intervención, o a un tratamiento de estimulación en sangre, para salvar la vida de algún paciente anónimo de cualquier rincón del mundo. Yo no lo he hecho por Pablo, sino por alguien mucho más cercano a mí, con la esperanza de que otra persona de Albacete, Berlín o el Vaticano ayude a mi amiga, como yo espero hacerlo con el amigo de alguien. La vida es un banco de favores donde debemos invertir, ahorrar y meter “efectivos”. Donemos sangre, médula, órganos, o hagamos un voluntariado. Demos amor a la gente que lo precisa y sobre todo tiempo, entreguemos nuestro tiempo, ese regalo que se nos escurre entre las manos y que mañana ya no estará. No nos arrepintamos nunca de no haber sido las personas que debíamos, o que anhelábamos. No importa si hay un Dios para juzgar nuestra frivolidad o egoísmo ni si en nuestra próxima reencarnación puede que seamos escarabajos peloteros, la vida está aquí, aquí abajo, en este planeta habitado por gente maravillosa y sí, “buenista”, capaz de hacer donaciones anónimas de su dinero, cuerpo o aliento.
Lo siento mucho por Pablo, por Bimba Bosé, por Pau Donés y por todas las caras famosas que le ponen rostro y voz a esta enfermedad de mierda que nos está robando a muchos maestros, pero también lo siento por los nuestros, los de nadie, las víctimas de barrio y pandilla, que no salen en la prensa pero que también nos han dejado su legado. Todos son luchadores, los que se van y los que nos quedamos solos, así que demos sentido a esta palabra y sigamos plantando cara y sonrisas a estas células tan “fariseas”.
Como diría Miguel Hernández, “solo quien ama vuela”.
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