Toda la vida escuchando que “el tamaño no importa” e incluso defendiendo que el buen perfume se guarda en frascos pequeños, y tienen que venir desde Ryanair para desmentirnos esta frase hecha.
Si hace años nos metían las maletas en instrumentos de tortura para intentar sacarnos el euro, nos impedían llevar con nosotros un bolsito aunque tuviese un tamaño ridículo y fueron los primeros en cobrarnos 80 “eurazos” por no llevar la tarjeta de embarque impresa, ahora, que parecía que las aguas volvían a su cauce y se proclamaban la aerolínea más puntual y la que más vuelos operaba con Ibiza, vuelven a sus orígenes de cal y arena.
En general, los pasajeros somos números para las compañías. Clientes cuyo confort, tranquilidad, comodidad y atención son secundarios y que deben esperar pacientemente retrasos, asumir cambios de puertas, aguantar malas contestaciones y obedecer sumisamente lo que nos ordenan. En los últimos meses he soportado que me pierdan la maleta, que me obliguen a llevar en bodega mi equipaje de mano, que me cambien de asiento o que tenga que aguantar de forma estoica varias horas de espera por “causas ajenas a la compañía”. La maleta llegó dos días después y rota, por cierto. Aunque cursar la reclamación para pedir una nueva es tan complejo que me ha llevado varios días y aún no he recibido contestación, al menos en Iberia fueron amables, tanto en el aeropuerto como en sus redes sociales. Me sorprende que Consumo no eleve algún tipo de protesta ante la complejidad que supone para los usuarios de aerolíneas poder hacer uso de sus derechos, siendo estas las que aglutinan un mayor número de quejas. Les digo que al menos fueron amables porque los protagonistas de este artículo, aquellos que exhiben a sus azafatas en bikini en sus calendarios, se mofan en ruedas de prensa de sus clientes y nos aburren en sus vuelos con la venta de su “rasca y gana” y sus productos “al mejor precio”, han olvidado explicar a sus equipos las reglas básicas de trato y educación.
Cuando adquieres un billete “priority” con Ryanair solo tienes tres beneficios con respecto al resto del pasaje: embarcas antes, tus asientos son los primeros y si el avión está lleno tu maleta de mano sí puede ir contigo y no se deriva a bodega. Por esta razón, en determinados viajes en los que llevo el ordenador o algún enser de valor, abono este cargo por comodidad y seguridad. En mi último vuelo así lo hice. Una vez acomodada, y tras disfrutar de una deliciosa charla con mi compañero de fila en la espera de 40 minutos extra que nos regalaron, encendí mi libro electrónico y me dispuse a viajar a la última obra de Ildefonso Falcones. De pronto una azafata abrió el compartimento donde estaba mi maleta y preguntó que de quién era. Obviamente levanté la vista y respondí muy amablemente que mía. En ese instante me dijo que no cabía, aunque estaba dentro, y que tenía que ir en bodega. Le expliqué que tenía las medidas estándar que exige su compañía, 55 cm x 40 cm x 20 cm, que había volado con ella en todos los vuelos anteriores y que mi billete tenía prioridad, por lo que podía rehusar mandarla a la zona oscura. “Señora, esta maleta no cabe e irá en bodega se ponga como se ponga”, fue su respuesta. En ese instante insistí en hacer valer mis derechos y un joven se interpuso para coger mi maleta y afirmar que “me llevo su maleta señora y punto”. No voy a transcribir el grueso de la discusión, ni las malas palabras, solo les diré que su agresividad me llevó hasta un lugar muy lejano en el que me sentí muy pequeña e indefensa. Intenté concentrarme en el libro durante el trayecto hasta que escuché cómo la azafata le reconocía a otra pasajera que los compartimentos de la primera fila eran más pequeños que el resto. En este instante no pude evitar clamar “entonces, mi maleta sí cumple con las medidas y son sus compartimentos los que no lo hacen”, ante cuya respuesta solo recibí un “cállese señora”. Al bajar del avión recogí mi maleta y me dirigí al departamento de reclamaciones donde me confirmaron, porque exigí que midiesen mi maleta, que esta sí tenía las medidas reglamentarias y que mi billete implicaba que volase pegadita a mi vera. En esencia, que el trato fue incorrecto en fondo y formas. Cursé la reclamación pertinente, tanto in situ, por escrito, como por email y en sus redes sociales, y no he recibido respuesta alguna.
Por eso me decidí a escribir este artículo, porque estoy segura de que ustedes también están cansados de que las aerolíneas les toreen, les maltraten e insulten a su inteligencia y derechos. Estos días muchos habrán sufrido la huelga de controladores que ha dejado a compañeros atrapados en Berlín solo por ir a hacer su trabajo y cubrir la feria de Turismo, ITB. Ya lo ven, incluso cuando ellos defienden sus puestos de trabajo y sus condiciones laborales lo hacen a nuestra costa, pisoteando los nuestros. En mi boda sufrí una situación similar y me quedé sin todos mis invitados de Ibiza para acompañarme aquel día, por lo que entiendan que mi afecto por este gremio es inexistente. Yo nunca he perjudicado a nadie para exigir mejoras en mi gremio.
Por eso les insto a que pongamos en marcha un “hashtag” en redes sociales en el que todos reclamemos más respeto y cumplimiento de las condiciones de los contratos que cursamos al adquirir un vuelo por parte de las aerolíneas. Está en sus manos lograr que “el tamaño no importa” vuelva a nuestras calles y que los retrasos no sean una norma. Publiquen sus reclamaciones agregando #noenmivuelo y citen a la compañía que abuse de ustedes. Porque no somos números, somos personas y nos merecemos ser tratados como tales. ¿Comenzamos a cambiar las cosas?
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