A pesar de la posibilidad inversamente proporcional a su tamaño de que un bikini online nos quede como un guante, por algún motivo seguimos cayendo en las sibilinas redes de Amazon y comprándolos a golpe de clic, jugando así a una cruel lotería en la que soñamos que nos devuelven un cuerpo de ensueño por ciencia infusa. Y eso que sabemos desde siempre que son una de esas prendas que nunca deben regalarse, porque es tan complejo que sienten bien y que acertemos con la talla que nos estamos exponiendo a una devolución segura y a una sonrisa forzada. A pesar de ello, de las veces que nos los hemos probado, apostando por estampados imposibles, por braguitas de distintos tamaños y partes de arriba estrambóticas, la esperanza, que es lo último que se pierde, el factor precio y la comodidad del sofá, muy distinta de los probadores a 40 grados, nos llevan a darle a esos carritos virtuales una nueva oportunidad.
Hoy me ha llegado otro a la oficina. Era raro. Como en las redes sociales: nunca se parecen a la foto y, al final, siempre tienen taras. Las tallas son siempre una sorpresa. Una misma persona puede ser un día una M, otro una L e incluso en los peores momentos una XL, según la ubicación de la empresa y las dimensiones de sus paisanos. En Tailandia tener una 40, en cuerpo y pie, es sentirse como una particular Gullivert en el país de los risueños, donde todos son más pequeños que tú, por lo que, si haces ese viaje por la red de redes, es importante asegurarse de dónde procede el pedido. El de hoy es negro y turquesa. El sujetador parece un paracaídas, mientras que la braguita deja poco trabajo a la imaginación.
Tenía razón Lorenzo Caprile cuando vaticinada que en un futuro todos vestiremos igual, ante la dificultad que supone para la industria de la moda someterse a la globalización impuesta por las nuevas tecnologías: con tejidos idénticos, tallas grandes, modelos unisex y prendas “saco”. De este modo se evitarán las devoluciones, tediosas para consumidores y aterradoras para las empresas que ven cómo disuelven sus ingresos y les ocupan espacio en los almacenes. Por eso él no vende por Internet.
En la presentación de su libro en Ibiza aseguró que la única manera de rebelarse contra este destino gris y holgado, al que nos veremos abocados si no le ponemos remedio, es confiar en las manos de quienes siguen dibujando, cosiendo, patronando, ajustando y creando vestidos, camisas o pantalones para toda la vida. El consumismo, la tendencia del low fashion, acumular muchísima ropa de pésima calidad destinada a ser usada por un periodo de meses y sustituida por las nuevas y horrendas tendencias marcadas por multinacionales, no solamente atentan contra el buen gusto, la personalidad, la creatividad y los diseñadores, sino también contra el medio ambiente. En nuestra mano está ponerle cota y decidir comprar menos y mejor.
Quienes tenemos la grandísima suerte de contar con prendas confeccionadas a medida por agujas como las de Luis Ferrer, Tony Bonet, Virgina Vald, Ibimoda, Charo Ruiz o Vintage Ibiza, sabemos que sus vestidos, “cuando se mete por aquí, se tira por allí, y se saca más allá…”, como decía Caprile, huelen a fortuna y a acierto. Habrá quienes digan que no todo el mundo puede permitírselos, y están en lo cierto, pero a veces es mejor invertir en una buena pieza, que usaremos con mucho más amor, más veces y que nunca pasará de moda, que en cinco de grandes franquicias, que no hacen sino hacernos pequeños.
No le dije nada al señor Caprile de mi escarceo con Amazon estos días, porque tampoco podía prometerle que no volveré a pecar. Eso sí, presenté su libro vestida de pies a cabeza de Adlib Moda Ibiza, con todo el respeto y la emoción del mundo, me lo compré en papel, gracias a otros grandes supervivientes como son los responsables de Librería Sa Cultural, y saboreé al llegar a casa su dedicatoria. ¿Cómo confesarle que últimamente leo demasiado en digital y que ahí sí me he pasado al lado oscuro?
A los genios, como a los amigos, no siempre hay que hacerles caso. Algunas veces es suficiente con escucharlos y tenerlos en cuenta para evitar cometer errores de bulto a la segunda o tercera vez.
Lo he vuelto a mirar… ¡qué cosa más fea de bikini me ha llegado por Amazon! Algún día tendré un vestido rojo de Lorenzo Caprile.
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