Cada vez son más los restaurantes, bares, hoteles y establecimientos de ocio de Ibiza y de Formentera que, en un proceso de recogimiento y misticismo, nos reparten hostias, a diestro y siniestro cada vez que cometemos la osadía de visitarlos. Puede que no lleguemos todavía a los niveles de la “Osteria da Luca”, en el corazón de Venecia, que cobró recientemente a un grupo de estudiantes japoneses 1.143 euros por cuatro filetes, un plato de pescaditos fritos y dos copas de vino tinto, pero estamos a la zaga.
Son muchas las cuentas de establecimientos, cuyas sumas tampoco salen, que se han hecho virales en redes sociales por lo escandaloso de sus cifras. Si una carta nos avisa, y no es traidora, de que el pescado fresco de Ibiza cuesta 100 euros el kilo, el plato de gambas rojas 40 y el vino de autor 70, estamos sobre aviso. Son productos caros, que tienen un coste y que nadie nos obliga a pedir. Pero, ¿qué ocurre cuando no nos indican cuánto nos soplarán por los platos o, en casos como el de estos pobres turistas, un bistec de toda la vida tiene precio de langosta? Que debemos emular a estos jóvenes timados en cuestión y, simplemente, denunciar. Y es que ellos no se limitaron a quejarse del precio de la comida, sino que se plantaron en la Comisaría de Bolonia, donde residen, con el tique del recibo y el cobro en su tarjeta de crédito, y lograron que se multase a dicha “osteria”. Por cierto, que nunca una palabra tuvo tanto significado porque realmente allí lo que repartían eran “hostias”.
Lo que ocurre en Venecia, donde puedes llegar a pagar 350 euros por tres platos de espaguetis, se puede reproducir a la perfección en nuestras islas. Yo misma he abonado por una pizza, 6 porciones de sushi y una botella de mal vino la friolera de 160 euros, y 18 por dos tristes cañas. Obviamente, nunca he vuelto a sendas “osterías”, los llamo así por eso de las “hostias” que me dieron, pero reconozco que la mala leche y la frustración no me las quitó nadie. Desde hace unos años, los precios en Ibiza y Formentera se equiparan a los de los destinos más caros del mundo como París, Londres o Dubai y hacen que cada vez que salimos de casa nos demos cuenta de cómo nos toman el pelo y de lo indecente que es pagar importes indignantes por productos que no lo valen. Alojarse en paradores de toda España, hoteles de 5 estrellas o comer en sitios con Estrellas Michelín cuesta tres veces menos en cualquier capital de nuestro país, algo que se extrapola a lugares más familiares donde cuando te traen la cuenta te entra una risita nerviosa al ver lo económico que te saldrá pagarla. Nadie pone en duda la calidad de los servicios que se prestan en nuestras islas, pero está bien que recordemos que los turistas, y los residentes, no somos tontos y que nos la pueden colar una vez, pero no dos.
Así que, antes de ponerse místicos y darnos gato por libre y cobrárnoslo como si fuese wagyu, no se olviden de que el cliente que buscan es el que vuelve y que por mucho que comulguemos con su carta, si no podemos pagarla es probable que nos cambiemos de credo.
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