Ibiza ya no es lo que era. Ha perdido su naturalidad, su inocencia y su esencia. El candor de una isla casi virgen, sin mácula, en la que las puertas siempre estaban abiertas y los bolsillos cerrados, ha dado paso una dureza oscura que huele a humedad y sabe amarga.
Como si los años se hubiesen cebado con sus carnes de arcilla, arena, sal y hierbas, hay quienes lamentan que hoy su piel ya no sea tersa ni blanca y los hay que afirman que se oscurece cada día devolviéndonos una mirada torva y desconfiada. Son muchos los que no reconocen en sus caminos sus propios pasos de ayer y reniegan del amor que le profirieron cuando solo era suya. Sin embargo, algunos nos negamos a mirarla con los ojos de los falsos románticos, que no son sino resentidos con sus propios destinos, y la compartimos con la generosidad de quien entiende que los celos son hermanos de la mezquindad.
Puede que Ibiza ya no sea la “chiquilla” que nos hacía creer únicos, pero nosotros, los de entonces, tampoco somos ya los mismos. Sí, es cierto que Ibiza ya no es lo que era, el tráfico, la masificación, los robos con navaja y datáfono y las playas donde el “chundachunda” nos impide escuchar el rumor de sus olas, han apagado su risa trémula, contagiosa y mágica, pero todavía hay rincones donde la ronquera de sus aguas suena mejor que el silencio y en los que en las noches de luna llena volvemos a creer en el Paraíso. Sí, es cierto que Ibiza ya no es lo que era, pero muchos de nosotros ya la conocimos entrada en años y resabiada y no por ello dejó de seducirnos con su canto de “escorpiona”.
Les aseguro que tengo la mano fácil y cierta predisposición a pitar en las rotondas, llamar a la policía si los vecinos montan fiestas, e increpar a quienes no respetan como deben nuestras calles, bosques o playas, pero no por ello apostato del lugar que me da de comer, que me ha hecho tan feliz y en el que he decidido seguir creciendo como persona. Yo a Ibiza la quiero y respeto tal y como es, del mismo modo que a las personas, sin intentar modificar su esencia, admirándola y dándole lo mejor de mí para que sea mejor pero no distinta, que es como me han enseñado a amar desde pequeñita.
Puede que no conociera aquella Ibiza que muchos evocan como la musa de pintores, poetas y artistas, pero a mí esta también me enloquece, me llena y me inspira.
Al final, si algo no nos gusta, en vez de rechazarlo, deplorarlo y criticarlo en los bares o en las redes sociales tal vez sea más efectivo cuidarlo, defenderlo y protegerlo.
Llámenme rara, optimista, inocente o pueril por no creer que cualquier tiempo pasado fue mejor y opinar que el presente es el mejor instante que tenemos. Consideren que estoy loca si les aseguro que no hay mayor regalo que el tiempo y táchenme de demagoga si defiendo que la belleza está en los ojos de quien la anhela. Ibiza ya no es la que era, es cierto, pero en esta calita desde la que les escribo no puede exhibirse más hermosa, más lozana y más pura.
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