Lo vemos barriendo, con un jersey azul y unas botas de agua. Está serio, afectado y con el rictus marcado por la preocupación y por el dolor. Se ha inundado su tierra, su isla, los ojos de su gente y él se presenta como lo que es: un voluntario más.
El deportista, el ejemplo, el joven que ha golpeado con tanta fuerza y destreza su raqueta hasta convertirse en el número uno del mundo, bate una escoba sintiéndose un perdedor más. No quiere ser protagonista ni acaparar portadas, solo desea ayudar.
Se pasea estos días por calles encharcadas, con la humildad y la cercanía de quien sabe que solo es un hombre con dos manos para sumar su fuerza al drama y un cuerpo firme y noble para acoger en un abrazo a quien lo precise. Ofrece lo que tiene, su centro deportivo a quienes se han quedado sin casa, su consuelo a los que han perdido a un familiar y su fuerza para achicar el agua que se ha colado en hogares ajenos.
Vemos los informativos y no podemos evitar llorar. Más agua. Más empatía cosida entre islas. Nos podía haber pasado a nosotros; esos coches devorados por el agua, agolpados como juguetes, ese niño que no aparece, ese turista que salvó a su hermana, esa madre que ya no ríe. El silencio atronador de un drama que parece ajeno pero que suena demasiado cerca. Y de pronto los ojos de Rafa. Oscuros, apagados. Lo dicen todo y no quieren mirar, solo actuar, entregar lo que tiene, y la emoción nos embriaga de nuevo porque en él reside la esperanza, el futuro.
Militares, policías, panaderos, albañiles y cocineros se suman como hermanos para devolver la serenidad a los suyos, ofreciéndose para cualquier tarea, donde sea, con lo que haga falta, y mostrándonos que no todo está perdido, que tenemos una sociedad hermosa, grande, generosa y llena de vida y que saldremos de esta como de tantas otras… como decía mi abuelo.
Nosotros, desde aquí, nos sentimos impotentes y miramos a la nada. Podríamos haber sido nosotros. En Ibiza muchos vivimos en casas construidas sobre fantasmas, en falsa tierra ganada al mar. Y nos entra el miedo, y el frío y se nos nublan de nuevo los ojos.
Hoy, si les parece, quedemos, aportemos nuestro granito de arena. Tengamos una cita. Vayamos todos en masa a Vara de Rey, a la Plaza de España en Santa Eulària o al Passeig de Ses Fonts de Sant Antoni, donde ustedes prefieran, y donemos alimentos, mantas, ropa, material escolar o un juguete perdido por si un niño no concilia el sueño.
Si algo caracteriza a los habitantes de estas islas es su generosidad y su entrega en los momentos malos y este es uno de ellos, de los peores. Ayer y hoy la Asociación de Militares Veteranos de Ibiza y Formentera está recogiendo material para enviar a las víctimas de las inundaciones de otro Sant Llorenç, que podía ser el de Ibiza, y que en parte lo es. Nos vemos en un rato, porque ante los raquetazos de la vida todos, aunque no seamos héroes, tenemos que responder con un golpe certero.
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