Estas Navidades nos han dejado muchos momentos emocionantes, brindis sinceros, acideces de estómago, abrazos de más de 14 segundos, encuentros sorpresa, regalos deseados, gastos innecesarios y, sobre todo, la esperanza de estrenar un nuevo año en el que todo será mejor. Para mí estas fechas han sido especialmente maravillosas porque las he disfrutado en el sentido más literal de la palabra: de vacaciones, reales, de esas en las que desconectas teléfono y correo electrónico y te dedicas a estar de verdad con los que más quieres. Así he despedido el año, siendo consciente de lo afortunada que soy. Los que nos hacemos mayores sin ahogar a nuestros niños interiores, mimándolos y sorprendiéndonos cada día por su manera de mantener el candor y la emoción ante las pequeñas cosas, aprendemos con los años a vivir el presente, el aquí y el ahora, y a apreciar cada vivencia, cada viaje y cada mañana fotografiándolos en nuestra alma para no olvidarlos nunca. Quienes confunden la inocencia con la ignorancia tal vez deberían volver a vivir amaneceres en silencio, a ver la tele abrazados a sus parejas, padres, hijos, hermanos o sobrinos, a leer un buen libro, a llorar de emoción en el cine o a cerrar los ojos ante un buen cocido, porque en esos instantes reside la paz. Quienes no confían en los demás no son dignos de confianza y algunas veces debemos sacar nuestra balanza emocional para demostrarnos que, a pesar de que en ocasiones abrir el corazón suponga exponerlo a puñaladas, el número de tiritas, besos y caricias superará siempre en cantidad y calidad a los pocos que osaron atacarlo.
Muchas personas de mi entorno afirman que 2017 ha sido raro, poco amable. Tienen razones para ello, ya que les ha traído enfermedades duras, dolor, estrés y días oscuros. Por eso no les quito la razón y me despojo del sombrero ante su manera de torearlo y de enfrentarse a él. Yo también caminé por años grises y me sentí vieja y vacía, pero fue precisamente ese trayecto el que me trajo hasta donde resido ahora. A todos ellos me gustaría pedirles que recordasen también cada parte positiva de sus 12 meses, los segundos de felicidad plena que han vivido y las emociones que les han hecho mejores personas. Me encantaría decirles que 2018 será mucho mejor, que todo se solucionará como por arte de magia y que la vida les servirá en bandeja todo lo que merecen, pero ya les he dicho antes que no debemos confundir el idealismo con la inopia, por lo que en estas letras solo busco provocarles una gran y honesta sonrisa y la fuerza para seguir luchando por sus sueños y por hacer de este un mundo un poquito mejor. Ya saben que estaremos hasta febrero deseando Feliz Año a todas las personas que veamos por vez primera, pero si piensan en el significado de ese deseo y lo evocan muchas veces, es probable que se contagien de ese anhelo y se hagan un poquito más felices solo por aspirarlo.
Por mi parte me gustaría agradecer a todas las personas que forman parte de mi vida su afecto real, su cariño sin intereses y sus lecciones. Gracias a quienes me han traído a tierra, a quienes me han levantado de ella, a los que me han abierto los ojos y a los que me han obligado a cerrarlos. Gracias a los que me han recordado que gritar es bueno, que cantar nos esponja el alma y que juntos pintamos mucho. Gracias a los que me han recordado las cosas que son verdaderamente importantes y a quiénes me han emocionado. Yo a la vida solamente le pido seguir a vuestra altura, paseando de puntillas entre vuestra sabiduría, ya sea ética, moral, intelectual o emocional, para ver si este 2018 se me pega algo.
No quiero despedirme de este primer artículo de año sin dar las gracias también a su director, Juan Mestre, por haberme dado la oportunidad de escribir en esta maravillosa atalaya con la libertad de escoger cada semana tema y con la responsabilidad de saber que respetará cada coma de los mismos. Espero que a ti, Juan, este 2018 te siga haciendo crecer como periodista, como persona y como maestro, porque son muchos los niños interiores que merecen aprender a tu lado.
Feliz Año a todos, especialmente a los valientes, a los que surfean nuevos retos, ahuyentan a la pereza y creen, como yo, que debemos levantarnos cada mañana agradeciendo a la vida todo lo que tenemos.
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